Cada día, personas de todo el mundo, y en nuestras propias comunidades, buscan esperanza y significado. Como cristianos, podemos compartir con ellos la verdad de que «la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, nuestro Señor» (Romanos 6:23, NVI).
Los líderes cristianos de todo el mundo anhelan el poder transformador de Dios para traer renovación a sus comunidades. Este poder no se encuentra en nuestras habilidades, dones, talentos ni en los programas que podamos desarrollar, ¡está en el Evangelio mismo!
«A la verdad, no me avergüenzo del evangelio, pues es poder de Dios para la salvación de todos los que creen». —Romanos 1:16
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El Summit de Evangelismo ha sido diseñado para recordarle a la Iglesia las Buenas Nuevas de Jesucristo. A la luz de esa verdad, exploraremos nuestro llamado a:
Todas las personas involucradas en la evangelización saben que la palabra Evangelio significa «¡Buenas nuevas!». Cantamos sobre la cruz; nos regocijamos en la cruz; meditamos en la cruz. Cada vez que compartimos la cena del Señor, recordamos la cruz en obediencia al mandato de Jesús. Ha sido objeto de tantas pinturas a lo largo de la historia, e innumerables personas la usan como símbolo de su fe. Sin duda es una buena noticia. Pero cuando se trata de testificar con aquellos que aún no son creyentes, la cruz es a menudo la parte más difícil de proclamar del Evangelio.
Como Iglesia, nuestra gloriosa tarea no es solo hablar sobre la hermosura y la humildad de Jesús, por maravillosas que sean esas características, ni sobre la buena voluntad y la bondad de la Iglesia, las cuales Jesús dijo que deberían ser evidentes para todos. «Predicamos a Cristo crucificado» (1 Corintios 1:23) porque sin Él, no hay Evangelio ni salvación. La cruz es el corazón del Evangelio.
Es triste que nuestra cultura vea al liderazgo de la Iglesia con recelo, con lástima o simplemente le consideren como un divertimiento o como a personas débiles. En realidad, nada podría estar más lejos de la verdad. Somos llamados a vivir vidas santas. Pedro nos suplica: «Más bien, sean ustedes santos en todo lo que hagan, como también es santo quien los llamó; pues está escrito: “Sean santos, porque yo soy santo”» (1 Pedro 1:15-16).
Lamentablemente, hoy en día, con demasiada frecuencia escuchamos de líderes cristianos que fracasan, provocando que las personas se alejen de Cristo y anulando su testimonio del Evangelio. Debemos ser aquellos que siguen la enseñanza de Pablo de que «todo lo que hagan, de palabra o de obra, háganlo en el nombre del Señor Jesús» (Colosenses 3:17)
¡Todo el mundo sabe que las ovejas y los lobos no se llevan bien! Sin embargo, en Mateo 10:16, esta es la metáfora que Jesús usó para describir la relación entre los enviados a predicar el Evangelio del reino de Dios y el mundo al que fueron. Les enseñaba a sus discípulos que llevar el Evangelio al mundo a menudo será incomprendido, costoso, doloroso, divisivo, solitario y, en algunos casos, incluso ilegal y ¡potencialmente mortal!
Los profetas del Antiguo Testamento sufrieron con frecuencia estas consecuencias, y ciertamente los discípulos del Nuevo Testamento también las experimentaron. La tradición indica que, de los 12 discípulos de Jesús, solo Juan murió de causas naturales; el resto fueron martirizados. Hay un gran costo al compartir el evangelio en estos tiempos. «Por causa de mi nombre todo el mundo los odiará», dijo Jesús (Véase Mateo 10:22).
El costo no siempre es la muerte, pero se requiere resistencia. Como portadores de las Buenas Nuevas, por lo general la pregunta no es: «¿Estás dispuesto a morir por amor a su nombre?» sino, «¿estás dispuesto a vivir por amor a su nombre?». ¿Estás dispuesto a vivir con resistencia, soportando el dolor de la obediencia porque somos enviados a un mundo hostil?
Si le preguntas a cualquier persona qué piensa de la Iglesia de Jesucristo, es probable que obtengas una de dos respuestas. Algunos dirán: «La iglesia es irrelevante, y casi no tiene relación con mi vida». Otros comentarán: «¿De qué iglesia estás hablando? Hay tantas, y se pasan el tiempo discutiendo entre ellas». Está claro que las diferencias internas, por bien intencionadas que sean, pueden convertirse fácilmente en una barrera para la evangelización del mundo. Pero ¿podemos los cristianos unirnos, especialmente cuando nuestras diferencias son a menudo por razones buenas y legítimas?
¿Qué es lo que nos une? La obra de Jesucristo y la predicación de su mensaje al mundo es fundamental para unir a los creyentes. Su obra, no la nuestra, nos une. Por lo tanto, el llamado de Pedro es a «amarse de todo corazón los unos a los otros» (1 Pedro 1:22).
El Evangelio siempre ha estado bajo ataque. Por lo tanto, no debería sorprendernos si nosotros también somos rechazados y el mensaje es despreciado. Fue la promesa de Jesús cuando dijo: «Si el mundo los aborrece, tengan presente que antes que a ustedes, me aborreció a mí… Si a mí me han perseguido, también a ustedes los perseguirán» (Juan 15:18, 20).
Esto significa que los ataques contra el Evangelio mismo, contra la Iglesia y contra nosotros personalmente, no son motivo para abatirnos ni desalentarnos. Nuestra responsabilidad no es solo predicar y vivir el Evangelio como testimonio al mundo, sino también defenderlo. Cuando surge la oposición, debemos aprovechar las oportunidades para defender el Evangelio.
El apóstol Pablo vio esta defensa como una de las principales razones de su encarcelamiento. Él escribió a los filipenses: «He sido puesto para la defensa del evangelio» (Filipenses 1:16).
Entonces, ¿cómo podemos prepararnos para desempeñar nuestro rol? ¿Cómo podemos responder a la amonestación de Judas de «luchar vigorosamente por la fe encomendada de una vez por todas a los santos»? (Judas 1:3).
Desde la perspectiva del Nuevo Testamento, no hay duda de que el discipulado es parte del evangelismo. De hecho, el corazón de la Gran Comisión que Jesús le dio a los apóstoles (véase Mateo 28:19-20) era ir y hacer discípulos de todas las naciones.
Este no era un concepto nuevo. Isaías, por ejemplo, le encomendó su enseñanza a un grupo de discípulos (Isaías 8:16), al igual que lo hicieron las escuelas y prácticas rabínicas. Jesús también lo enfatizó a lo largo de su ministerio, sobre todo cuando instruyó a sus discípulos a alcanzar a otros: «enséñenles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes» (Mateo 28:20).
Este doble énfasis de llamar a la gente era, en primer lugar, a la fe en Jesús y su obra salvadora, pero también a una vida de obediencia diaria a sus enseñanzas (véase Hechos 6:7). No debemos separarlas.
Horario
9 AM - 12 PM Sesiones de la mañana
12 PM - 1 PM Almuerzo
1 PM - 4 PM Sesiones de la tarde
4 PM Fin del evento
Recursos
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